lunes, 8 de diciembre de 2008

La Bicicleta Amarilla

Volvió a coger la carcomida bicicleta amarilla. Aquella que apareció un día en el piso y se quedó. Era de esas bicicletas que habrían tenido mil dueños, robada y revendida hasta el agotamiento. Antes era roja, pero la hizo suya y la pintó. Probablemente algún día volvería el verdadero dueño de la bici y la reclamaría, hasta entonces era suya.

El frío del invierno que despuntaba aquellos primeros días de diciembre se le metía en los huesos y de allí salía hacia el exterior trasformándose en manos congeladas. Ahora el frío se le colaba por la nariz y los ojos por la velocidad de la bicicleta.
Se fue. No sabia donde iba. Solo cogió la bici y se fue. Quería dejar de pensar por un momento y creyó que el viento se llevaría a rastras sus preocupaciones. Pero cuanto más corría más raíz hacían los pensamientos en el cerebro. El corazón acelerado a ritmo enloquecido le bombeaba el pecho y las sienes. Y entonces fue cuando empezaron a flaquearle las fuerzas. Se paro en seco cuando llevaba recorrido medio puente del Real. Miró a su alrededor y mantuvo la mirada en una de las hornacinas barrocas que hay en el puente. El santo en su interior con la cabeza hacia abajo le miraba con ojos muertos de estatua. Leyó la inscripción en latín que se encontraba a los pies, y fingió para si mismo que la entendía. Nadie alrededor. La ciudad parecía extrañamente silenciosa. Solo oía su propia respiración acelerada, y eso le molestaba. Le molestaba sentirse, oírse, escucharse hablar o respirar. Ver sus manos y sus pies. Odiaba ver que existía. No, en realidad lo que odiaba era saber que solo él mismo sabía que existía. No soportaba el no poder compartir su propia existencia con nadie.
Volvió a mirar a su alrededor. Nadie. Decidió que era el momento de cambiar su vida. Soltó el manillar de la bici y esta se desplomó formando un estrépito de chatarra. Rebuscó en su mochila y encontró una bolsa con restos de comida y cubiertos. Le lanzó una mirada desafiante al santo y entonces fue cuando empezó a encaramarse a la hornacina. Subió como pudo hasta que estuvo frente a frente con la escultura de mármol.

-¿Y ahora que miras?- espetó a la estatua.

Volvió a rebuscar en la mochila hasta que encontró el cuchillo que había usado horas antes para comer.


La hornacina del puente del Real amaneció cubierta de rojo sangre que caía en cascada desde los pies del santo hasta el pedestal, en la superficie del puente la bicicleta que un día pintó de amarillo volvía a ser roja.

Al día siguiente todo el mundo sabia de su existencia, todo el mundo supo quien era y como se llamaba, a que se dedicaba y que había sido su vida. Desde entonces siempre seria el loco que se cortó las venas a los pies del santo del puente del Real.

martes, 2 de diciembre de 2008

Miradas

Se puede olvidar de todo...menos de una de esas miradas...

Miradas que vuelven fuertes a golpear la mente en noches plovizas de insomnio martilleante.Mientras te sueño despierta recordando que tal vez no te vuelva a ver...recordando aquella madrugrada cinica y aquel taxi que, en silencio, me llevaba de vuelta a la rutina de domingo de resaca de besos que perdimos en aquel vacio callejon.El lunes de vuelta a la facultad, todo se vuelve más insoportable...ese maldito lunes con muebles que no entiendo y tiaras de diamantes y perlas que me gritan que yo no soy una princesa de cuento, ni tan siquiera la tuya..